Mis confesiones in-docentes
(No debería de contarlo)
Mi conflicto es que no me gustan los cambios, soy un profesor que fui formado para conservar y trasmitir el pasado, pero el presente me rebasa y me deja atrás. Soy un maestro formado en el siglo XX y ahora me encuentro ante alumnos del siglo XXI. Metafóricamente, sufro el mito de Jano: el dios romano que tenía dos caras hacia ambos lados del perfil: una cara vuelta al pasado y, la otra, al futuro. Fui formado con paradigmas arraigados en mi práctica docente que se resisten a la innovación.
Un paradigma es una forma consciente de practicar algo … “Los paradigmas son ejemplos de actividad que incluyen teorías, aplicaciones e instrumentaciones que conjuntamente nos proporcionan un modelo de trabajo”*.
Para explicar la raíz de mis paradigmas in-docentes, he elaborado el siguiente cuadro.
Paradigmas del pasado en mi práctica docente del siglo XXI
Permítame analizar mis paradigmas:
- Como maestro, creo que debo saberlo todo y pienso que el alumno no sabe nada. Sí, así es. Creo que soy un maestro que debo saber todo porque si un alumno me pregunta algo que no sé, entonces revelo mi ignorancia. Me cuesta trabajo reconocer que mi asignatura es una disciplina en constante innovación y crecimiento, y, en este sentido, yo debería asumir que hay cosas que simplemente no sé. Nadie lo puede saber todo. Pero me da vergüenza decir: "No lo sé, pero vamos a investigarlo". Desde otro punto de vista, el hecho de que no pueda saberlo todo, no justifica que pueda adoptar una actitud apática o indiferente, por el contrario, la realidades que necesito capacitarme permanentemente. La sociedad me exige que sea un profesional en constante actualización, con un pensamiento abierto y especial interés en ampliar y profundizar los contenidos de mi asignatura. En cuanto a la segunda parte de mi anacrónico paradigma: "...pienso que el alumno no sabe nada", lo creo porque el alumno viene mal preparado de sus grados anteriores, pero me doy cuenta que, al adoptar este criterio, tengo a todos los libros de pedagogía en mi contra. Todas las bibliotecas pedagógicas aplastan mis prejuicios. Por ejemplo, si pienso que la escuela primaria no hace bien su trabajo, la primaria puede decir lo mismo del nivel de preescolar y en pre-escolar pueden decir lo correspondiente a los padres y los padres podrían culpar los genes que heredaron y al final esta idea puede dibujar un círculo más cómico que vicioso. Claro que existen realidades multifactoriales que pueden explicar el bajo rendimiento de mis alumnos, pero yo tengo que responder por la responsabilidad que me toca. La realidad es que, una de las cosas que debo asumir es que todo alumno tiene conocimientos previos sobre los contenidos que se trabajan en clase, y que, de acuerdo con pedagogos como Ausubel, el aprendizaje, para que sea significativo, debe partir justamente de aquello que el alumno ya sabe.
- Mi responsabilidad es enseñar y la responsabilidad del alumno es aprender. Doy por sentado que lo que enseño se aprende y el alumno que no aprende es "muy su problema". Me resulta muy cómodo ser un docente trasmisivo de información, aunque, en el fondo, la realidad es que sé que mi responsabilidad como maestro debe ser guiar, coordinar, organizar y motivar los aprendizajes del alumno, lo cual conlleva un desafío crucial : el desafío de analizar cómo aprende el alumno en contextos reales. Estoy consciente que mi responsabilidad de maestro implica que debo armar un “andamiaje”, (término acuñado por Vigotsky y desarrollado por Jerónimo Bruner) Sé que puedo construir un andamiage con base en preguntas inteligentes para despertar el interés e inducir a los aprendices a buscar y a experimentar. Durante la clase debo aplicarme en plantear preguntas inteligentes. También debo tomar en cuenta que los aprendizajes ameritan una evaluación formativa, y que, en el aula, debo de evaluar de manera contínua a mis alumnos y que, de hecho, mis propios alumnos evalúan día a día y severamente, mi desempeño como maestro. Estoy consciente de que el objeto de la evaluación es justamente resolver problemas del aprendizaje, que debo estar alerta de aquellos alumnos que presentan problemas a fin de tomar medidas preventivas a favor de ellos. Me resulta cómodo evaluar a unos alumnos para aprobar a unos y reprobar a otros, pero me doy cuenta que esto tiene poco sentido. Lo que realmente tiene sentido es evaluar para identificar aquellos contenidos que al alumno se le dificultan, a fin de volver a ellos con otras formas de tratamiento didáctico.
- Creo firmemnente que las tareas para hacer en casa son en buena medida responsabilidad de los papás. Me enseñaron un esquema fijo: los alumnos estudian en la escuela y las tareas debe hacerlas fuera de la escuela. Se me dificulta entender que el esquema puede invertirse: que los alumnos puedan estudiar en la casa y hacer las tareas en la escuela, con mi ayuda y la ayuda que los propios alumnos se presten entre ellos. Eso sería una escuela al revés. Me cuesta trabajo reconocer que muchas tareas se pueden hacer durante la clase y que además se pueden revisar rápida y eficazmente mediante estrategias de coevaluación. ¿Cómo que las tareas se pueden hacer en clase? Desde otro punto de vista: quisiera que todos los alumnos de un grupo mantengan el mismo ritmo de trabajo. Me cuesta aceptar que los alumnos tienen diferentes grados de desarrollo y, además, que los estilos de aprendizaje son variados. Al igual que el desarrollo físico, el desarrollo mental no es idéntico en todos los alumnos, de lo cual se infiere que no todo depende de la voluntad. En cuanto al apoyo de los padres para que sus hijos cumplan en casa con las obligaciones escolares, me cuesta trabajo reconocer el contexto actual de las familias. Hace décadas, viví una época en la cual la escuela se sustentaba en el paradigma fosilizado de un famoso “triángulo educativo” que formaba parte del discurso oficial: alumnos, padres y maestros. Hoy día, este nostálgico “triángulo educativo” me sirve para quejarme de que hay escaso apoyo de los padres. De igual modo, tiendo a sobreestimar los condicionantes de orden extraescolar. La realidad, es que me resulta difícil darme cuenta de que, en nuestros días, la escuela vive en una sociedad industrializada en la cual no sólo el papá, sino también la mamá, están fuera de la casa cumpliendo jornadas laborales. Hoy día, el triángulo educativo parece acotado a tres componentes que conforman otro triángulo educativo más próximo al contexto de nuestros días : alumno, maestro y programa de estudios ...y se acabó. En este enfoque, la función de las tareas y su cumplimiento, dependen más de las estrategias que empleo como maestro que de otro tipo de situaciones fuera del aula.
*Kuhn,T. La estructura de las revoluciones científicas. FCE, México, 1991
COLOFÓN
Soy un maestro de secundaria formado en el pasado para atender a generaciones del futuro. Me desagrada la innovación, prefiero quedarme con viejas estrategias didácticas que me han funcionado durante más de veinte años. Mis estrategias didácticas no tienen fecha de caducidad. Debo confesar, sin embargo, que cuando sufro una enfermedad, consulto a médicos especialistas, exijo que me efectúen estudios con tecnología de punta y me prescriban los fármacos más modernos. Como paciente, exijo lo más actualizado, ¿quién desea resolver sus problemas de salud en base a métodos obsoletos y medicamentos con fecha de caducidad vencida?
¿Seré un ejemplo del mito de Jano: el dios romano que tenía dos caras hacia ambos lados del perfil: una cara al pasado y la otra al futuro?
Quizás tengan razón los pedagogos: Los paradigmas no son eternos, responden a circunstancias históricas: muchos paradigmas que fueron efectivos hace 20 o 30 años, ahora han quedado rebasados en la segunda década del Siglo XXI.
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