EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
CAPÍTULO PRIMERO
LOS DOS POETAS DE SAFRON PARK
(395 PALABRAS)
El barrio de Saffron Park —Parque de Azafrán— se extendía al
poniente de Londres, rojo
y desgarrado como una nube del crepúsculo. Todo él era de
un ladrillo brillante; se destacaba
sobre el cielo fantásticamente, y aun su pavimento
resultaba de lo más caprichoso: obra de un constructor especulativo y algo
artista, que daba a
aquella arquitectura unas veces el nombre de "estilo Isabel" y
otras el de "estilo reina
Ana", acaso por figurarse que ambas reinas eran una misma.
No sin razón se hablaba de este barrio como de una colonia
artística, aunque no se sabe qué tendría precisamente de artístico. Pero si sus
pretensiones de centro intelectual
parecían algo infundadas, sus pretensiones de lugar agradable eran
justificadísimas. El extranjero que
contemplaba por vez primera aquel curioso montón de casas, no
podía menos de preguntarse qué clase de gente vivía allí. Y si tenía la suerte
de encontrarse con uno de los
vecinos del barrio, su curiosidad
no quedaba defraudada.
El sitio no sólo era agradable, sino perfecto, siempre que
se le considerase como un sueño, y no como
una superchería. Y si sus
moradores no eran "artistas", no por eso dejaba de ser artístico el
conjunto. Aquel joven —los cabellos largos y castaños, la cara insolente—
si no
era un poeta, era ya un poema.
Aquel anciano, aquel venerable charlatán
de la barba
blanca y enmarañada, del sombrero
blanco y desgarbado, no sería un filósofo ciertamente, pero era todo un asunto
de filosofía. Aquel científico sujeto —calva de cascarón de huevo, y el
pescuezo muy flaco y largo— claro es que
no tenía derecho a los muchos humos que gastaba: no había logrado, por ejemplo,
ningún descubrimiento biológico;
pero ¿qué hallazgo biológico más
singular que el de su interesante persona? Así y sólo así había que considerar
aquel barrio: no taller de artistas, sino obra de arte, y obra delicada y
perfecta. Entrar en aquel ambiente era como entrar en una comedia. Y sobre
todo, al anochecer; cuando, acrecentado el encanto ideal,
los techos extravagantes resaltaban sobre el crepúsculo,
y el barrio quimérico aparecía aislado como un nube flotante. Y todavía más en
las frecuentes fiestas nocturnas del
lugar —iluminados los jardines, y encendidos los farolillos venecianos,
que colgaban, como frutos monstruosos, en las ramas de aquellas miniaturas de
árboles.
La presente lectura te servirá para practicar y mejorar tu habilidad lectora.
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