Alumnos de segundo grado del Turno Matutino (A,B,C,D.E.F,G): Estas notas que encontré en Internet te pueden ser útiles para escribir tu CUENTO para el Concurso "Cuéntame tu valor". Espero te sirvan.
Recuerden que:
Lo escribirán en hojas blancas
Tipografía Arial 12 puntos
A espacio y medio (1.5)
Un mínimo de una y máximo 7 hojas (cuartillas)
Deberán entregarlo el día lunes.
Anotar el nombre, grado y grupo
Dirección de ti casa; Calle, colonia...
Tres son los valores básicos de la democracia moderna y de su
principio constitutivo (la soberanía popular): la libertad, la igualdad y la
fraternidad.
¿Qué significa ser libre en el contexto de nuestras
sociedades complejas? Existen al menos dos sentidos decisivos de libertad: el
primero remite a la posibilidad de actuar sin interferencias ni amenazas.
En este sentido, por libertad se entiende que cada individuo
goza del derecho a realizar determinadas actividades sin que nadie -ni el
gobierno, ni organización social alguna, ni algún otro individuo se lo impida.
Por ejemplo, todo ciudadano es libre de asistir a la iglesia
de su preferencia, de trabajar en tal o cual empleo, de formar una familia, de
votar por un partido, etc.
Su libertad así entendida puede verse como la posibilidad de
elegir entre diversas alternativas sin verse sujeto a sanciones, amenazas o
impedimentos; es, por ende, una libertad frente a los demás y frente a las
instituciones sociales y políticas.
En este sentido, la cultura democrática promueve un trato
igualitario, equitativo, hacia todos los seres humanos, y rechaza toda
ideología racista, sexista o clasista que sostenga la sedicente superioridad
natural de una raza, de un género o de una clase social.
Afirmar el valor de la fraternidad, es decir, afirmar que todos
los seres humanos deben tratarse como hermanos significa, en primer lugar, enfatizar
los valores antes mencionados de la libertad y la igualdad de los ciudadanos.
Pero significa algo más, que resulta importante para el buen
funcionamiento de los procedimientos democráticos. A saber, que a pesar de sus
diferencias y conflictos de intereses o de opinión, los miembros de una
sociedad no deben verse como enemigos, es decir, como divididos en bandos
contrapuestos e irreconciliables, sino, en todo caso, como copartícipes
parcialmente conflictivos en la formación de la voluntad política nacional.
En otras palabras, la democracia requiere, para funcionar
correctamente, que los conflictos no excluyan la cooperación, y que la
cooperación no excluya los conflictos. Por ello es éste, quizás, el valor más
difícil de entender y asumir dentro de las democracias modernas, pues supone
dejar atrás tradiciones y actitudes no sólo autoritarias sino beligerantes,
fuertemente arraigadas en la historia de la humanidad, y pasar a concebir y
practicar la política de un modo distinto, tolerante y racional.
Al reconocer como algo positivo la coexistencia de la pluralidad
política, el trato entre las diferentes corrientes y organizaciones políticas
tiende a modificarse.
El derecho a expresar puntos de vista diferentes, a iniciar
debates y a elaborar iniciativas en todos los campos es una conquista para la
naturaleza pluralista de la sociedad moderna, y la democracia intenta no sólo
preservar esos derechos sino ampliarlos y hacerlos efectivos.
Si ello es así, la aceptación de los otros de los que piensan distinto,
tienen otros intereses, se agrupan para hacerlos valer- es una de las
condiciones de la democracia que se transforma en valor positivo que ofrece
garantías a la pluralidad.
La mayoría no puede, en un régimen democrático, simple y
llanamente desplegar su voluntad, sino que tiene que apegarse a la legalidad e
institucionalidad vigentes.
En otras palabras, la decisión de la mayoría tiene que cursar y
expresarse a través de los mecanismos e instituciones previamente diseñados
para que sus decisiones sean legales.
La legalidad supone, además, en términos democráticos, la igualdad
de todos los ciudadanos ante la ley.
La ley pretende
universalizar derechos y obligaciones y normar, en este caso, la vida política.
Esa igualdad ante la ley -que trasciende las diferencias de riqueza, propiedad,
sexo, religión, ideología- rompe con los privilegios estamentales y
corporativos de las sociedades premodernas y predemocráticas, construyendo una
nueva figura: el ciudadano.
Esa igualdad jurídica que no acaba con las desigualdades reales (y
que algunas corrientes han considerado, por ello, una mera ficción), es el
basamento a partir del cual se puede construir un entramado democrático
soportado por hombres y mujeres que adquieren su reconocimiento como
ciudadanos.
Al ser iguales ante la ley y al gozar de los mismos derechos, la competencia
equitativa entre las distintas agrupaciones puede ser posible, pero además
garantiza que independientemente del triunfo de unos u otros, el individuo
seguirá siendo tratado igualitariamente.
De hecho, el régimen democrático fomenta la participación
ciudadana en la esfera pública. Mientras los autoritarismos de diverso tipo
esperarían que los ciudadanos se retrajeran a sus asuntos privados, dejando la
esfera pública en manos de la élite que detenta los mandos del Estado, la institucionalidad democrática,
para su propia reproducción, necesita que los ciudadanos participen en los
asuntos que se ventilan en la esfera pública.
Sea por la vía electoral, a
través de referendos, de la participación partidista o social, o de las campañas
de diferente tipo, la democracia supone una participación ciudadana recurrente.
La democracia significa un espacio público dilatado, medios para la
participación y condiciones para hacerla posible.
La esfera pública, según la doctrina democrática, es competencia
de todos, y la participación ciudadana una condición para que el propio sistema
se reproduzca.
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